Primero sería importante definir el término de felicidad. Para unos, la felicidad es la ausencia de toda necesidad. Para otros es tener todo aquello que se desee. Para mí, es conseguir no necesitar nada y sentirte a gusto contigo mismo.
Cuando era pequeño mi padre siempre me preguntaba al acostarme: “¿Eres feliz?” a lo que yo siempre contestaba afirmativamente. “¿Y porque eres feliz?”-volvía a preguntarme mi padre, “porque soy alegre”, ¿y porque eres alegre?, porque soy feliz. Entonces miras a tú alrededor y ves sólo caras sonrientes, con una sonrisa que al mirarla, te hace suspirar y entonces te planteas seriamente si ellos son los que son realmente felices o lo eres tú.
Pienso que es un grave error y a la vez muy común, intentar cambiar la cultura local de los pueblos africanos por nuestra cultura, por considerar de antemano que nosotros somos los realmente felices. ¿Pero de verdad crees que si le preguntas a un mandinga o a aun Limba si es feliz, te iba a contestar que no?
Entonces me pregunto: Si les ayudáramos a alcanzar al menos, un nivel de vida digno en el que las enfermedades fueran una elección y no una obligación, ¿les ayudaríamos?
Claro está que en la actualidad existe un claro contraste entre nuestra sociedad y su sociedad. Nosotros estamos muy por encima de lo necesario y ellos muy por debajo. Cubrimos nuestras necesidades básicas y creamos otras necesidades materiales, las cuales están fuera de lugar. Ellos apenas tienen agua potable con la que curar sus heridas. Pero ¿Cuál de los dos extremos es el realmente bueno?
Ahora me voy a echar la bronca como un profesor a un alumno insolente. ¿Quién soy yo para juzgar si ellos son felices o no? Las necesidades las creamos nosotros y ellos no requieren de cosas tan superfluas como las que hemos ido adquiriendo en la sociedad occidental. Creo que no deberíamos ser tan hipócritas y mirar más allá. Tal vez Saramago en su “ensayo sobre la ceguera” tuviera razón, salvo que a lo mejor, los que han dejado de ver realmente no son nuestros ojos, sino nuestros corazones.
Voy a contar un par de situaciones que me han sucedido últimamente: La primera fue en un poblado llamado Kamahera. Llegamos allí para hacer unas fotos y para conocer el entorno. Después de presentarnos al líder de la aldea y de jugar con los niños, nos disponíamos a irnos, cuando de una baffa salió una mujer cojeando. Nos acercamos y pudimos ver que tenía el pie con una gran infección. Prometimos regresar por la tarde con el médico (Gonzalo) y así lo hicimos. Le curó el pie y después de tres curas, regresamos de nuevo a la aldea. Posiblemente Gonzalo le salvó la vida a aquella mujer, que curiosamente tenía 6 hijos. Como muestra de agradecimiento, nos quiso regalar un gallo. Inmediatamente le expliqué que no podíamos aceptar tal regalo porque para ellos suponía una comida necesaria y para nosotros no. Entonces me quede totalmente de piedra cuando la mujer me contestó: “Hijo, tú no eres nadie para quitarme la felicidad que supone dar”(Cita: J.L. Garayoa).
La segunda situación la vivo diariamente en la misión. Cada vez que salgo de la guess house veo muchísimos niños que vienen sonriendo hacia a mí. Simplemente me cogen de la mano y me acompañan los 200 metros que me separan del invernadero. No paran de sonreír en todo momento y simplemente porque se sienten a gusto en tu presencia.
La vida nos regala momentos de gran felicidad y son esos, los momentos, que tenemos que apuntar en nuestra libreta, como bien dice Jorge Bucay: “la vida de uno se define por los momentos de felicidad que experimenta. Súmalos todos y obtendrás su verdadera edad”.
Si me preguntaras directamente si pienso que los habitantes de Sierra Leona son felices, yo te contestaría con un rotundo POR SUPUESTO.