No he dejado de recordar la última frase que me dijo mi padre: “Ten cuidado, que contra más tiempo llevas en un sitio, más osado te vuelves”. Y es cierto!!! Hace unos días, Rubén y yo decidimos hacer una pequeña excursión a una montaña que se encuentra en frente de la misión. El problema es que en época de lluvias hay tanta vegetación, que la gente local evita de todos modos subir a la montaña por miedo a resbalarse o a encontrarse con algún animal indeseado. Ahora es difícil encontrase con serpientes, ya que, la mayoría, se encuentran en zonas altas resguardadas de la lluvia, pero siempre hay animales que no puedes esquivar.
Salimos a las 16:00. Nada más salir, una trompa de agua empezó a descargar sin ningún tipo de compasión. Es difícil comprar una tormenta cuando vendiste hasta tu último abrigo para venir a Kamabai, pero aquí, las cosas son más fugaces que las decisiones y en cuanto nos dimos cuenta empezamos a ascender por la montaña. Tuvimos suerte y unos chicos nos acompañaron por todo el camino. En cuanto nos vieron acercarnos a la montaña corrieron tras nosotros. Siempre es una oportunidad poder ir junto a un blanco. “Los potos son ricos”!!,- dicen
El problema es la cantidad de vegetación que hay, hasta tal punto, que los niños iban quitando con machete las hierbas más altas. Pasamos por debajo de un árbol y por el movimiento de las hojas unas abejas que se encontraban en su panal, salieron y fueron a atacar a la persona que mas podían ver. A mí. 7 picaduras de abeja, tres en la cabeza, una en el cuello, dos en el brazo y una en la mano. Al principio pensé que había sido algo peor, porque nunca había sentido tanto dolor en la cabeza, pero conforme corría empujando a los chicos que tenía en frente, ellos reían y gritaban “bees”.
La verdad es que a simple vista no tenía ningún hinchazón y no me encontraba mal, así que seguimos subiendo. Llegamos a lo más alto posible y pudimos contemplar unas vistas de ensueño. La misión, que parece un punto de referencia, se vuelve ínfima con la inmensidad de las palmeras y el invernadero queda reducido a nada, mirándolo a través de los mangos.
Toca la hora de bajar, los chicos no tienen ni idea de cómo empezar a hacerlo. Tenía que haberos dicho que para subir trepamos por rocas y hierba, que si hubiésemos querido repetir bajando, habríamos firmado nuestra muerte. Al final los chicos encontraron el camino y después de 3 horas de marcha volvimos a la misión. Un gran día!!
Pasé una noche bastante mala y cuando desperté pude comprobar que tenía la mano hinchadísima. A penas se me distinguían los nudillos y un picor intenso me recordaba que mi cuerpo aun no está hecho para luchar contra este tipo de veneno. Un urbason y las pilas cargadas.
Decidimos seguir con nuestra aventura y al siguiente día decidimos, hacer una nueva marcha. Nos fuimos de nuevo, Rubén y yo de camino a Kassassi. Después de cruzar el pueblo y charlar con la gente, empezamos a subir por un sendero que ponía destino a la montaña más alta de la región de Kamabai. Teníamos por delante 4 horas para llegar hasta arriba y volver. El camino se desviaba continuamente y teníamos que hacer esfuerzos para recordar cada una de las bifurcaciones. De nuevo teníamos que pasar entre hierbas, pero esta vez el sendero era claro y no teníamos peligro de encontrar algún animal y pisarlo. El problema es la cantidad de roca con musgo, ríos y zonas mojadas que tenemos que pasar. Cada dos por tres tenemos resbalones y un mal paso aquí puede suponer un gran susto, como más adelante os contaré.
Después de dos horas y media de subida, estábamos muy próximos a la cima. Entonces comencé a encontrarme bastante débil. No sé si era el urbason o que simplemente había desayunado poco, pero mis fuerzas cada vez eran menores. Después de todas las marchas que he podido hacer con mi padre, volverme sin coronar lo más alto me ponía los pelos de punta. Pero, dado el problema que supondría quedarnos aislados en aquel lugar, decidimos volvernos y llegar a la hora de comer a la misión.
Empezamos a bajar y en ese mismo instante nos encontramos con un chico local, el cual, a la larga, supondría nuestro salvador personal. Este chico se llamaba Mohamed, y no tenía ni idea de inglés. Solo hablaba Krio pero conseguimos entendernos un par de frases. Es increíble hasta que punto podemos entendernos cuando existe una necesidad de hacerlo.
Cuando apenas llevábamos 10 minutos de bajada, Rubén, que se encontraba delante de mi, sufrió un resbalón quedándosele el pie derecho enganchado en una grieta. El ruido que salió de su pierna me puso los pelos de punta y junto con el grito de dolor que salió de su boca confirmaron el peor de los resultados: Se acababa de romper el tobillo.
Le tranquilicé lo que pude, pero no paraba de gritar, entonces le quité la bota y el calcetín y una pelota de tenis sobresalía de su tobillo.- No es para tanto-, le dije, pero dentro de mí el miedo empezaba a dominarme por completo. Mohamed, que se encontraba junto a nosotros nos miraba tranquilo, sereno y sonreía cada vez que me llevaba las manos a la cabeza pensando que hacer. Le expliqué que la única solución era que bajara rápido al pueblo (Kassassi), pidiendo ayuda y que vinieran a buscarnos. Estábamos a 2 hora y media del pueblo, más la otra hora y media de subida, suponían tres horas que teníamos que aprovechar en nuestro beneficio. Mohamed salió como una bala y entonces decidimos que no podíamos quedarnos allí, que los mosquitos nos comerían vivos.
Ahora el mérito de Rubén es incalificable. Aun con la pierna como la tenía, apoyado en mí, y con mareos cada dos por tres, conseguimos bajar durante 1 hora con un paso de tortuga. No teníamos agua y tampoco cobertura así que nuestra única esperanza era que desde el pueblo hubiesen salido en nuestra búsqueda. Eran las 14:00 y aun nos quedaban 5 horas de luz, en 5 horas teníamos que llegar al pueblo como fuese. Entonces en ese momento empezamos a escuchar voces y rápidamente vimos como desde la frondosa maleza a parecían unas diez personas que venían en nuestra búsqueda. En un perfecto inglés nos dijeron que venían a por nosotros y directamente cargaron a hombros a Rubén. La velocidad de bajada del chico que cargaba con Rubén, era mucho mayor que la que podría llevar yo en línea recta y corriendo. Además, destacar que todos iban descalzos.
Después de una hora turnándose entre los salvadores y el paso de Rubén, empezamos a distinguir la montaña y el árbol que marcan el camino del pueblo. Un Cotton tree, posiblemente el más bonito que haya visto nunca.
De repente un claxon sonó como un ahogado eco de salvación, estaba José Luis esperándonos con el coche. Por fin!!!
José Luis nos contó que había llegado un chico desde Kassassi diciendo que había dos blanco en la montaña de Kassassi, que les habían ido a buscar los locales pero que no tenían cobertura para llamar a la misión.
Después pensándolo muy tranquilamente he llegado a la conclusión que Mohamed estaba allí con nosotros porque de algún modo tenía que estar. Podía habernos pasado caminando en cualquier momento, pero prefirió durante 15 minutos acompañarnos en nuestra bajada. Pensamos que no entendía nada, pero de alguna manera nos salvó de un gran susto. Antes de ver las fotos en el ordenador, creí que no iba a salir en ninguna, como si las fotos que nos hicimos junto a él, iban a estar veladas por algún hecho inexplicable. Pero no es así. El sale en las fotos y esta es su cara.
Soy consciente, y cada día más que hay que tener mucho cuidado por donde se pisa, por donde se anda y sobre todo con quien vas. Esto me sirve para tomar conciencia de mis actos, para no volverme osado y sobre todo para ver que aun existen ángeles dentro de las espesuras de los bosques.
“A veces las cosas suceden como suceden, no hay que acobardarse, sino tranquilizarse y pensar cómo salir de la situación, porque todo tiene un final y los mejores finales son aquellos por los que se lucha de forma incansable”.