He decidido cambiar toda la tierra del invernadero. A simple vista no parece algo complicado es simplemente cargar la tierra con la pala y echarla en la carretilla. Mover la carretilla desde el invernadero hasta fuera de él y así sucesivamente.
Primero es importante encontrar nueva tierra. Una tierra que aporte a las plantas los nutrientes necesarios para vivir. Una tierra fértil, productiva y sobre todo que no haya sido explotada anteriormente. Después de varios intentos fallidos, hemos decidido coger la tierra que esta próxima a la misión. Presenta buen estado y según dicen no se ha cultivado anteriormente. Parece fácil eliminar los retos de raíces y materia en descomposición de hojas y ramas. Parece una buena tierra. Vamos a empezar.
Hemos sincronizado todo hasta tal punto, que primero vamos a realizar varios semilleros para sustituir a las anteriores plantaciones. Con una distancia de 2 semanas nos disponemos a realizar nuevos ensayos en nuevas líneas.
Para ello tenemos que quitar poco a poco la arena de cada una de las líneas, lo que supone un trabajo diario de aproximadamente 2 horas por línea. Dada la temperatura del invernadero, aseguro es un verdadero infierno. El sudor sale tan rápido que casi olvidas la cantidad de agua que tienes que compensar para no deshidratarte. La tierra por la cual la vamos a cambiar se encuentra a 100 metros del invernadero por lo que tenemos que utilizar la pick up para transportarla. Aproximadamente dos días trabajando la tierra, haciendo montones para después en cuestión de 15 viajes, depositarla casi por completo junto al invernadero. Y esto solo da para 2 líneas y media.
Después, meter la tierra línea por línea y dejar el caballón bien preparado para la nueva plantación. Este ha sido mi trabajo de las dos últimas semanas y solo me faltan 5 líneas por terminar.
Gracias a la ayuda incansable de los trabajadores y sobre todo de Ali, hemos conseguido cambiar una gran parte. Mi ritmo de trabajo es muy diferente al de ellos. Mis manos han tardado mucho tiempo en acostumbrarse al tacto de la madera. Les ha costado muchas ampollas y heridas el reconocer que la pala ahora forma parte de mi. Mi espalda se resiente a cada paso y se queja de la dureza del trabajo. Pero esa sensación te hace más fuerte. Consigues cambiar las cosas aun a expensas del duro trabajo y eso da satisfacción.
También te da conciencia de la dureza de los cuerpos africanos. De su trabajo incansable y de su destreza en el manejo de las herramientas de campo. Es admirable verles trabajar.
Me ha pasado una situación curiosa. Estando trabajando con ellos recogiendo arena, cada vez que me adentraba en el suelo, tropezaba con la misma raíz del árbol. Ellos se reían y me intentaban ayudar. Yo de mala gana rechazaba su ayuda y de nuevo volvía a tropezar con la raíz. Lógicamente yo hacía descansos cada pocos minutos y ellos cada muchos. Cabreado tiré la pala al suelo y me senté a beber agua. Uno de ellos se acerco a mí y me ofreció su pala diciéndome: “continua, lo estás haciendo bien, solo de pie se puede trabajar”. Sentí alivio, creo que de nuevo empecé a respirar rítmicamente. Me levanté, cogí la pala y me uní al compás de palazos que, como de una canción se tratase, se movían al unísono.