Greenhouse

Greenhouse
Kamabai (Sierra Leona)

lunes, 12 de septiembre de 2011

Ropa limpia

He decidido cambiar toda la tierra del invernadero. A simple vista no parece algo complicado es simplemente cargar la tierra con la pala y echarla en la carretilla. Mover la carretilla desde el invernadero hasta fuera de él y así sucesivamente.
Primero es importante encontrar nueva tierra. Una tierra que aporte a las plantas los nutrientes necesarios para vivir. Una tierra fértil, productiva y sobre todo que no haya sido explotada anteriormente. Después de varios intentos fallidos, hemos decidido coger la tierra que esta próxima a la misión. Presenta buen estado y según dicen no se ha cultivado anteriormente. Parece fácil eliminar los retos de raíces y materia en descomposición de hojas y ramas. Parece una buena tierra. Vamos a empezar.
Hemos sincronizado todo hasta tal punto, que primero vamos a realizar varios semilleros para sustituir a las anteriores plantaciones. Con una distancia de 2 semanas nos disponemos a realizar nuevos ensayos en nuevas líneas.
Para ello tenemos que quitar poco a poco la arena de cada una de las líneas, lo que supone un trabajo diario de aproximadamente 2 horas por línea. Dada la temperatura del invernadero, aseguro es un verdadero infierno. El sudor sale tan rápido que casi olvidas la cantidad de agua que tienes que compensar para no deshidratarte. La tierra por la cual la vamos a cambiar se encuentra a 100 metros del invernadero por lo que tenemos que utilizar la pick up para transportarla. Aproximadamente dos días trabajando la tierra, haciendo montones para después en cuestión de 15 viajes, depositarla casi por completo junto al invernadero. Y esto solo da para 2 líneas y media.


Después, meter la tierra línea por línea y dejar el caballón bien preparado para la nueva plantación. Este ha sido mi trabajo de las dos últimas semanas y solo me faltan 5 líneas por terminar.
Gracias a la ayuda incansable de los trabajadores y sobre todo de Ali, hemos conseguido cambiar una gran parte. Mi ritmo de trabajo es muy diferente al de ellos. Mis manos han tardado mucho tiempo en acostumbrarse al tacto de la madera. Les ha costado muchas ampollas y heridas el reconocer que la pala ahora forma parte de mi. Mi espalda se resiente a cada paso y se queja de la dureza del trabajo. Pero esa sensación te hace más fuerte. Consigues cambiar las cosas aun a expensas del duro trabajo y eso da satisfacción.


También te da conciencia de la dureza de los cuerpos africanos. De su trabajo incansable y de su destreza en el manejo de las herramientas de campo. Es admirable verles trabajar.
Me ha pasado una situación curiosa. Estando trabajando con ellos recogiendo arena, cada vez que me adentraba en el suelo, tropezaba con la misma raíz del árbol. Ellos se reían y me intentaban ayudar. Yo de mala gana rechazaba su ayuda y de nuevo volvía a tropezar con la raíz. Lógicamente yo hacía descansos cada pocos minutos y ellos cada muchos. Cabreado tiré la pala al suelo y me senté a beber agua. Uno de ellos se acerco a mí y me ofreció su pala diciéndome: “continua, lo estás haciendo bien, solo de pie se puede trabajar”. Sentí alivio, creo que de nuevo empecé a respirar rítmicamente. Me levanté, cogí la pala y me uní al compás de palazos que, como de una canción se tratase, se movían al unísono.

Una de cal y otra de arena


El mundo gira y sigue girando y conforme van pasando los días te das cuenta de que todo sigue según su rumbo. Los días se acortan, las lluvias vuelven y de nuevo se alejan para dejar paso a días más largos. La cinta del reloj deja de ser en línea recta y empieza a girar sobre sí misma. Un nuevo año, otro y de nuevo nos encontramos en el mismo punto pero en un tiempo aún por llegar.
Todo se vuelve frágil, sosteniblemente frágil.
Tu estado de ánimo se limita a las pequeñas cosas que vas experimentando a lo largo del día. Lo bueno se hace increíble y lo malo se hace pesado, se acumula y te pesa. Lo bueno libera la carga, entonces ligero empiezas a correr de nuevo hasta que una piedra se cruza en tu camino y de nuevo caes al suelo.
La gente te advierte que todo aquí se multiplica. No te puedes imaginar hasta que punto.

Te despiertas un día con energía, hoy estas dispuesto a darlo todo. Después de tres horas con la pala y la carretilla te das cuenta de que has avanzado poco, pero al menos has avanzado. Día a día terminaré lo empezado. Estás contento, has trabajado bien y además sabes que por la tarde tienes algo importante que hacer.
Nos dirigimos hacia Kamahera. Una aldea en la que, por casualidad, encontramos una mujer que no podía andar. Después de varias semanas de curas y de limpiezas dolorosas, estamos de nuevo frente a ella. No sabemos si iba a ser su último día de cura, pero ya desde la puerta empezamos a ver que puede andar casi perfectamente. Me saluda efusivamente. Sé que dentro de ella algo lucha por darme un abrazo. Está contenta y se la ve. Tiene una cara risueña. Es guapa y muy luchadora. Su marido, al otro lado del poyete se tambalea con una jarra de pollo en su mano. El médico le quita la venda y todos podemos ver como ya no hay herida.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Ella lo nota, sabe que soy feliz viendo cómo se siente.


Nos despedimos de ella y nos dirigimos de nuevo a la misión. De repente Guille recuerda que en la aldea de camino a Kamahera hay una niña que junto con su madre, fueron a la consulta pidiendo ayuda. La niña presentaba una rotura con salida del hueso de su pierna izquierda. Dado la complicación de la situación, Guille y Carlos la dieron a la madre 40.000 leones para que fuera al hospital de Lunsar.
Queremos ver cómo está la niña. Cuando llegamos nos encontramos a la niña en la puerta con una venda mal hecha. Tiene peor la pierna. La madre ha preferido guardarse el dinero en vez de ir al hospital con su hija. Posiblemente la niña deje de andar. Posiblemente la madre no comprenda el riesgo que corre la vida de su hija. Explicamos a la madre que si no iba al hospital con la hija, es posible que se muera. Ella dice que no tiene dinero, que el que se la dio, ya se lo ha gastado. La amenazamos con llamar a la policía. A los dos días la madre regresa a la misión con la niña pidiendo más dinero. El precio del tratamiento es algo más caro que lo que al principio la dimos. Por supuesto se le da. La niña aun no sonríe
Pero sonreirá, porque a los dos días volvió a aparecer y solamente viendo su rostro de nuevo me entra otro escalofrío. Ahora sé que está bien.
Una de cal y otra de arena

Air Maroc

Nos dirigíamos sobre las 21:00 de la noche al aeropuerto para recoger a los nuevos médicos que durante 3 semanas nos iban a acompañar en la misión. La carretera desde Kamabai hasta Makeni es un conjunto de baches llenos de agua, en los cuales no puedes apreciar la profundidad del mismo. Después de media hora continuada de movimientos espasmódicos no aptos para personas con problemas cervicales, llegamos a la carretera principal hacia Port Loko.



El camino es recto y se puede mantener una buena media de velocidad. El problema es la cantidad de coches, poda podas, camiones que están parados a ambos lados de la carretera. De tal forma que si hubiese la mala suerte de cruzarte con uno de los camiones cuando estas realizando un adelantamiento,…
Otro de los problemas es el respeto hacia el otro conductor. Pocas veces me he cruzado con un coche que quitara las luces largas cuando te cruzas en su camino. Dentro de esta oscuridad plena que es la selva y dado el alto grado de accidentes de vehículos, quedarte deslumbrado es lo peor que te puede ocurrir en la carretera.
Y de repente aparece un control de la policía de la nada. Te avisan con un cartel donde una calavera advierte del riesgo de saltarte el control y de lo fatal que resultaría no avistar los troncos que se cruzan el medio de la carretera para que regules tu velocidad. Gracias a Dios existen policías que se preocupan por tu seguridad y la de los habitantes de Sierra Leona y no te piden que les des nada, jejeje.
Pero como en todos los caminos, cualquier pisada es peor que la anterior. Entonces llegamos al camino de Port Loko. Es el camino directo al aeropuerto, pero para que os hagáis una idea del piso que tiene el camino, 80 km de carretera, se hacen en aproximadamente 3 horas. Es el camino más complicado que he visto en la vida, ya que, está lleno de grandes charcos que posiblemente cubran por completo la rueda del Prado. Lo bueno es que, si no coges mucha velocidad, los baches casi no se notan, pero creerme que ir en 1ª y en 2ª todo el rato es insoportable.
Y de repente te suceden cosas como la que ahora me dispongo a relataros. Cosas que se reciben como una bofetada y que indirectamente afectan a los que menos tendrían que afectar. Puedes llamarlo incompetencia, pasividad, pasotismo gubernamental, pero la conclusión es la misma. Cuando apenas nos quedaban 10 minutos para llegar al aeropuerto, vemos desde lejos como un camión está volcado en medio del camino. Como consecuencia de ello, otro camión, intentando esquivarle, pasó cerca de él y se quedo completamente varado por el barro. Al ver esta situación, otro camión intentó pasar por el lado contrario, con la mala suerte de quedarse junto con sus compañeros en medio del camino. La visión de aquello era grotesca hasta tal punto que Manuel y yo nos quedamos durante unos minutos únicamente mirando con cara de pasmados. Si en ese momento hubiésemos visto un fantasma, creo que le habría molestado que ninguno de los dos le mostráramos la más mínima curiosidad.
El avión de Guille y Carlos llegaba en media hora, la misma que perdimos intentando pasar por lo alto de un camino sembrado de cacahuetes. En cuanto vimos que nuestro coche podría pasar a formar parte del grupo de camiones y camioneros hasta el momento desconocidos, pero que ahora comenzaban a ser amigos, nos retiramos volviendo sobre nuestros pasos en dirección a Freetown. Teníamos por delante 3 horas hasta llegar a Freetown, al otro lado de la bahía donde se encuentra el aeropuerto de Lungi.


Pero como todo en la vida, siempre hay algo peor. “¿habrá otro entre sí decía, más pobre y mísero que yo? –y cuando volvió la cabeza, halló la respuesta viendo que otro sabio iba cogiendo las hiervas que el arrojó”. Y entonces sucedió, como sucede en los finales inesperados donde gana el malo, que nos dimos cuenta que ninguno de los dos teníamos el móvil de Guillermo y Carlos. Lógicamente empezamos a ponernos nervioso sabiendo que eran las 3:30 de la mañana y que posiblemente, si todo había salido bien, los chicos llevarían esperando en el aeropuerto media hora sin saber que nosotros llegaríamos 3 horas más tarde.
A todo esto se le suma la poca cobertura de los móviles en esta zona. Sobre las 5:00 de la mañana, Inés Parrondo consiguió llamarnos al móvil y entonces fue cuando le contamos de manera efímera que estábamos a 1 horas de llegar a Freetown. Le pasó el número de mi móvil a Guille y se puso en contacto con nosotros. Le dijimos que la única manera de cruzar la bahía era cogiendo el ferri, puesto que el pelícano deja de funcionar en el momento que terminan todos los vuelos. Y así lo hicimos, el ferri salía a las 10:00 y a su llegada a Freetown, ahí estábamos nosotros, con cara de pocos amigos y deseando ver a los nuevos cooperantes de la Misión.
Llegaron sanos y salvos y he de reconocer que estaban muy tranquilos, después de todo lo que pasaría por sus mentes.
Conduje de vuelta y como siempre, el cansancio pudo con todos los ocupantes del coche. Llegamos a la misión a la 13:30 y después de comer me eché, en lo que se podría decir un sueño eterno, salvo por la diferencia que esta eternidad duró apenas 2 horas. Dos maravillosas horas.