Greenhouse

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Kamabai (Sierra Leona)

miércoles, 23 de noviembre de 2011

A la cuarta va la vencida


Me encuentro en medio de la selva y empiezo a mirar a ambos lados. Compruebo como Medo, que está delante de mí, se mueve de forma sigilosa, hasta tal punto que ni siquiera yo, que me encuentro a dos pasos de él, puedo escuchar su movimiento. La diferencia entre ambos es clara, cada vez que doy un paso todas las ramas de Sierra Leona se rompen sobre mis pies. El sostiene un fusil con su mano derecha, mientras que con la izquierda va separando cuidadosamente las ramas que se interponen en su paso. Detrás de mí se encuentra Adama, la cual me va señalando diferentes lugares donde se producen movimientos con el fin de que esté atento.
De repente un ruido pone en alerta a Medo, parece que estamos cerca. Nos mira con una sonrisa en la boca y desviando la mirada nos invita a mirar un árbol que como mínimo estaría a 30 metros. Esta vez he sido prudente y me he traído las gafas de ver de lejos, no me podía permitir perderme algo así.
Por fin noto como las ramas se mueven y espero con la boca abierta ver una silueta, aunque, esta vez no he estado lo suficientemente atento.


Llevo mucho tiempo deseando ir a la selva con Medo, pero después de tres intentos comencé a perder la esperanza. Pero lo que se hace desear, aumenta de valor y entonces llegó el día. A las 6 de la mañana a penas ha salido el Sol en Sierra Leona, pero a partir de esta hora empieza a hacer un calor tan asfixiante que es difícil moverse con ligereza. A esta hora nos dirigimos a un poblado cerca de Mile fourteen, Medo, Adama, Hassan y yo. Medo y Hassan son dos de los cazadores con mayor reputación en Sierra Leona, así que de alguna me siento afortunado.
Después de adentrarnos en la selva, salvar cantidad de obstáculos, riachuelos y ver infinidad de bichos, Medo y Hassan se separan sin decir una palabra. No se si lo habrían hablado antes, creo que no, pero después de tantos años cazando juntos, saben perfectamente lo que tienen que hacer en cada situación. Adama y yo seguimos a Medo, muy de cerca, pero aunque se mueva sigiloso, su velocidad es mucho mayor que la nuestra. De repente llegamos a un claro en frente de un riachuelo, el cual, curiosamente tiene las ramas de un árbol que pasan celosamente a unos cinco metros de altura. Parece un buen sitio. Medo con un gesto de la mano nos sugiere que nos agachemos, quiere atraerle hacia nosotros.

Tengo la cámara de video preparada, y aun así la miro cada pocos segundo para asegurarme de que está encendida. Después de esperar durante una hora en el interior de la selva de repente noto como Adama golpea mi hombro y señala enfrente de mí. Por la parte derecha empiezo a ver como las ramas de los arboles se empiezan a mover de forma frenética, tanto que empiezo a tener miedo por lo que pueda salir entre la espesura. Y al fin lo veo. Una familia de monos pasa a apenas a 15 metros de mí. Se mueven con movimientos agiles, tanto que prácticamente no puedo disfrutar de tal maravillosa visión. Corrían huyendo de algo, o mejor dicho de alguien. Yo también huiría si me encontrara de frente con el mejor cazador de Sierra Leona. Pero esta vez Medo no tenía la intención de disparar, solo quería enseñarme una de las mayores grandezas que tiene esta tierra, una suerte para la naturaleza, una suerte para aquellos que la podemos disfrutar.

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